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La paradoja global del carbón: China expande, EE.UU. retrocede – implicancias económicas y climáticas

China vs. EE.UU.: dos estrategias energéticas opuestas

 El gráfico anterior muestra el cambio neto en la capacidad instalada de energía a carbón por país entre 2015 y 2024. La disparidad es marcada: China aumentó su capacidad en aproximadamente +294 gigavatios (GW), mientras Estados Unidos la redujo en -107 GW en el mismo periodo. Otros países reflejan tendencias similares: economías emergentes como India (+54 GW) e Indonesia (+29 GW) expandieron su flota de centrales a carbón, mientras naciones industrializadas como Alemania (-20 GW) y Reino Unido (-21 GW) recortaron la suya. Este contraste revela estrategias energéticas diametralmente opuestas entre potencias: por un lado, la apuesta por el carbón como motor de crecimiento; por otro, la aceleración del abandono del carbón en pos de fuentes más limpias.

China ha priorizado garantizar su seguridad energética y sustentar su crecimiento industrial, incluso si esto implica impulsar el carbón a niveles récord. Su planificación quinquenal vigente (2021-2025) identifica al carbón como “el respaldo de la seguridad del suministro” nacional, sin imponer límites explícitos a nueva capacidad o consumo americaspower.org. En la práctica, esto se tradujo en una ola de nuevas plantas: solo en 2024 China añadió unos 30,5 GW de generación a carbón (más del 70% de lo añadido en el mundo ese año) reuters.com. Aunque oficialmente Beijing argumenta que estas centrales sirven de respaldo para la energía solar y eólica, muchos de los proyectos se están construyendo en regiones que ya tenían exceso de capacidad térmica reuters.com. Analistas señalan que son más bien intereses industriales locales los que impulsan esta expansión, facilitada por regulaciones poco estrictas que contradicen incluso las propias promesas climáticas chinas reuters.com.

En contraste, Estados Unidos ha seguido una trayectoria inversa. Entre 2015 y 2024 desmanteló más de 100 GW en plantas de carbón americaspower.org, impulsado tanto por factores económicos como por políticas ambientales. La revolución del shale gas abarató el gas natural, restando competitividad al carbón en la generación eléctrica, mientras los costos de la energía solar y eólica también cayeron. Al mismo tiempo, regulaciones más estrictas sobre emisiones y la presión pública por aire limpio y acción climática empujaron el cierre de centrales antiquísimas. El resultado: el carbón pasó de aportar ~50% de la electricidad estadounidense a solo ~20% en la actualidad mdm.com. Incluso empresas eléctricas y estados tradicionalmente dependientes del carbón han optado por no invertir en nuevas plantas, dada la incertidumbre regulatoria y financiera en torno a este combustible. Así, EE.UU. ha orientado su estrategia reciente hacia la descarbonización de su matriz, apoyándose en gas, renovables y (en menor medida) nuclear, con nuevos incentivos federales para energías limpias (por ejemplo, la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 que destinó cientos de miles de millones de dólares al sector).

El carbón y la competitividad: economía, energía y clima

A corto plazo, la expansión del carbón puede dar ventajas de costo energético a países como China. El carbón nacional abundante y barato asegura electricidad económica para su industria manufacturera, manteniendo competitivos los precios de exportación de acero, cemento, productos químicos y otros bienes intensivos en energía. Esto se traduce en un impulso inmediato al crecimiento industrial chino, al evitar cuellos de botella energéticos. Por el contrario, EE.UU. y Europa, al encarecer deliberadamente el carbono (vía normas ambientales, mercados de emisiones, etc.), están internalizando costos sociales que encarecen la energía fósil. Esto supone un dilema competitivo para sus industrias en el mercado global, al menos mientras en economías rivales la electricidad a carbón siga sin penalizaciones significativas.

Sin embargo, la ventaja energética del carbón puede ser engañosa o efímera. El fuerte aumento de capacidad en China responde en parte al temor a apagones y a la necesidad de suministro firme para sustentar su PIB en crecimiento. Paradójicamente, esa sobrecapacidad podría derivar en ineficiencias y activos ociosos: en 2024 muchas nuevas plantas chinas se sumaron en zonas que ya estaban saturadas de generación térmica reuters.com. En EE.UU., si bien la rápida retirada del carbón ha planteado retos de estabilidad en la red en algunas regiones, estos se abordan mediante inversiones en turbinas de gas de respaldo, baterías de almacenamiento y redes inteligentes. A largo plazo, las economías que lideren la transición a fuentes limpias y eficientes podrían gozar de mayor seguridad energética y de costos de electricidad más estables. De hecho, la expansión renovable mundial es notable (585 GW añadidos solo en 2024, equivalente al 92,5% de toda nueva potencia instalada ese año reuters.com), indicando hacia dónde se dirige la competitividad en generación eléctrica.

En el frente climático, la competitividad adquiere un sentido distinto. Las naciones que se rezagan en la descarbonización pueden enfrentar costos futuros: desde aranceles de carbono en mercados de exportación hasta impactos económicos por eventos climáticos extremos. La Unión Europea, por ejemplo, aprobó un Mecanismo de Ajuste en Frontera para el Carbono (CBAM) que gravará importaciones intensivas en CO₂ (acero, cemento, aluminio, electricidad, etc.) a partir de 2026, buscando igualar condiciones y evitar “fugas” de emisiones realinstitutoelcano.org. Esto penalizará a exportadores con matrices eléctricas más sucias, restando atractivo a la energía a carbón en el comercio internacional. A la vez, apostar hoy por tecnologías limpias puede brindar liderazgo tecnológico y acceso a mercados emergentes “verdes”. EE.UU. parece haber asumido esto: su reciente política industrial climática (p. ej., los subsidios masivos del Inflation Reduction Act) apunta a desarrollar una ventaja competitiva en renovables, baterías y vehículos eléctricos. En cambio, si China permanece anclada a una alta intensidad de carbono, podría ver cómo sus productos encaran barreras comerciales y cómo otros países capitalizan antes la innovación verde.

Compromisos climáticos vs. realidad: la contradicción del carbón

La divergencia entre China y Occidente evidencia una contradicción central: los compromisos globales de descarbonización conviven con un resurgimiento de la infraestructura de carbón en varias regiones. En 2015, con el Acuerdo de París, el mundo acordó limitar el calentamiento global a 1,5–2 °C, lo que implicaría reducir drásticamente el uso de carbón en las décadas siguientes carbonbrief.org. De hecho, los científicos y la Agencia Internacional de Energía señalan que para 2030 la generación a carbón debería caer ~50% y eliminarse por completo al 2040 a fin de cumplir la meta de 1.5 °C iea.org. Sin embargo, lejos de disminuir, la capacidad instalada global de carbón aumentó un 13% desde 2015 carbonbrief.org, alcanzando ~2.175 GW en 2024 – un crecimiento impulsado mayormente por China. Las emisiones asociadas también han seguido al alza: el consumo mundial de carbón en 2024 fue el más alto jamás registrado iea.org, pese al auge de las renovables.

En la retórica diplomática, tanto China como EE.UU. han asumido metas de cero emisiones netas (China a 2060, EE.UU. a 2050) y acordado “reducir gradualmente” el uso de carbón sin frenar su desarrollo económico. No obstante, la realidad expuesta por los datos es incómoda: China construye hoy centrales que potencialmente operarán durante varias décadas más allá de 2030, mientras EE.UU. aún cuenta con una importante capacidad de carbón activa y ha postergado algunos retiros previstos por razones de confiabilidad del suministro reuters.com. Incluso en foros internacionales, las promesas chocan con la acción: en la COP26 de 2021, por ejemplo, se moderó la ambición al cambiar la frase final a “disminuir” en lugar de “eliminar” el carbón, reflejando la resistencia de economías altamente dependientes de este combustibletheguardian.com. Esta brecha entre objetivos y hechos mina la credibilidad de los compromisos climáticos y sugiere que, pese al consenso científico, la política energética sigue dominada por prioridades nacionales de corto plazo.

Conclusión: repensar el crecimiento y la transición energética

La evidencia de 2015-2024 plantea preguntas difíciles. Mientras una parte del mundo duplica su apuesta al carbón como sinónimo de progreso, otra lo condena al pasado en nombre del clima. Esta paradoja expone la necesidad de repensar el modelo de crecimiento: ¿es posible sostener el desarrollo económico sin agravar la crisis climática?

Lograrlo requerirá alinear mejor los incentivos. Hoy por hoy, la energía más barata a menudo sigue siendo la más sucia, lo que obliga a corregir las señales de mercado (por ejemplo, poniendo precio al carbono, eliminando subsidios a combustibles fósiles y apoyando decididamente la innovación limpia). También hará falta mayor cooperación internacional – por ejemplo, financiamiento para que los países en desarrollo salten directamente a energías renovables sin sacrificar crecimiento. En última instancia, la competitividad de las naciones en el siglo XXI estará definida por su capacidad de reinventar sus economías hacia la sostenibilidad. El gráfico del carbón nos recuerda que persistir por caminos opuestos no es una opción viable en un planeta compartido: urge converger en una transición energética global, más rápida y equitativa, donde la prosperidad vaya de la mano con un clima seguro.

Fuentes: Global Energy Monitor; Agencia Internacional de Energía; Reuters; Financial Times; Americas’ Power; EIA; Elcano.


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